En Venezuela y en el resto del mundo el autismo es una realidad contundente
que ha venido incrementándose de forma alarmante. En la actualidad, no se
considera como un síndrome único, sino como un continuo de desórdenes del
desarrollo al que se le conoce como “Trastornos del Espectro Autista” (TEA)
En
el siglo XVIII, los textos médicos mencionaban casos de niños que no hablaban y
que manifestaban un distanciamiento extremo con el mundo exterior. Pero no fue
sino hasta 1943, que esta condición recibió un nombre por parte del Dr. Leo
Kanner (psicólogo infantil), donde describió las características que compartían
11 niños que él había estado examinando, de las cuales las más notables eran su
extremo aislamiento del contacto humano. Dicha condición la denominó Autismo
Infantil Precoz.
Este grupo de niños eran hijos de madres y padres profesionales e investigadores de la Universidad de Johns Hopkins (USA), y lo asoció a un origen emocional, dando lugar al calificativo de “madres frías” o “padres refrigerantes”. Estas primeras creencias equivocadas dieron lugar a planes de tratamientos erróneos, como la de separar al niño de sus progenitores para ser atendidos en instituciones psiquiátricas.
Hoy
en día y gracias a los avances científicos se han desarrollado distintas
teorías que involucran alteraciones genéticas, ambientales, biológicas,
bioquímicas, que intentan explicar el origen de este complejo trastorno. El
mismo, generalmente, aparece entre los 18 a 20 meses de edad. En la mayoría de
los casos, los niños progresan normalmente y luego comienzan a retroceder en su
desarrollo, perdiendo lenguaje, destrezas sociales y habilidades motoras. La
proporción es de 4 veces más frecuente en los niños que en las niñas (4:1) y no
conoce las fronteras raciales, étnicas ni sociales.
La idea es que ante la amenaza del aumento de este trastorno los padres estén atentos y les informen al médico pediatra de cualquier situación que observen en sus hijos, como la aversión al contacto físico, retraso en el lenguaje y dificultad para desarrollarlo y comprenderlo, ausencia del contacto visual u otros signos que nos alerten de que “algo está pasando”, por cuanto un diagnóstico temprano mejorará la evolución y el pronóstico del caso.
Ante
esta realidad, tanto la familia, educadores y los profesionales de la salud,
deben trabajar para crear conciencia pública sobre los TEA y así respetar la
condición de las personas con autismo e incluirlos en nuestra sociedad.
Dr. Katheuska Gutiérrez
Diplomado en Autismo
Centro de Estudio para la Discapacidad